Nacida en Francia en 1885, Inés Luna era la heredera de un importante patrimonio que acrecentó su padre, un industrial hecho a sí mismo que trajo la electricidad a la ciudad de Salamanca y que inició las obras de la que sería su heredad más querida, la casa de El Cuartón de Traguntía, cercano a Vitigudino.
Inés Luna pasa su infancia entre la Salamanca donde su padre es una figura preeminente en la modernidad que asoma tímidamente en la provincia, y entre el Madrid aristocrático de su abuelo senador, donde se instalan finalmente. La muerte de sus padres convence a Inés Luna de que su vida está en la finca, donde se ocupará de gestionar su patrimonio y viajar acompañada de su Miss inglesa, la señorita Max.
Amante de la novedad, de la modernidad europea, culta, valiente e independiente, Inés Luna chocaba con la sociedad de su tiempo, que no dudó en criticar sus historias amorosas, reales o inventadas, o vilipendiar su persona así como su inusual interés por el rito cristiano maronita que trajo a Salamanca. Aún hoy su vida privada es objeto de todo tipo de controversias, lo que obvia en ocasiones el valor de su azarosa vida, una vida que acabaría en Barcelona en 1953, quedando sus bienes bajo la disposición del estado y de la Fundación que lleva su nombre y que, conforme a sus deseos, concede becas a los estudiantes.